Bermúdez llegó a la escena del crimen poco después de las tres de la mañana. El papeleo lo había demorado un poco y el cadáver ya estaba frío. El comandante le dio la explicación: ni se moleste, Bermúdez, ya tenemos al asesino, confesó todo, la víctima era su novia, crimen pasional, si así fueran todos los asesinatos, en la policía no tendríamos tan mala imagen, éste fue fácil. Bermúdez miró el cuerpo tirado en el piso, en lencería de encaje negro, aún hermoso pese a la rigidez, a la piel ya grisácea, a la postura un tanto absurda luego de caer cinco pisos hacia el estacionamiento del edificio. ¿Quién querría matar a una joven así?, se preguntó, pero cosas más tontas había visto.
Pidió hablar con el homicida. Era un hombre cercano a los cuarenta años, casi veinte años mayor que la víctima, estaba en el interior de la patrulla, vigilado por dos policías armados, esposado. Así que ya confesó, le preguntó Bermúdez. El asesino sólo asintió, tenía los labios resecos. Son preguntas de rutina, ¿por qué lo hizo? El asesino se encogió de hombros. Estábamos bien, dijo, me había hecho de cenar y luego, supongo que la empujé. Nadie empuja a su pareja por la ventana sin motivo, dijo Bermúdez, ¿fue un accidente? No, no fue accidente, contestó el homicida. Ella era muy joven para usted. Sí, tal vez ese fue el problema, no sé. ¿Por qué la empujó? Ella me lo pidió. ¿Cómo? Estábamos bien, me había hecho de cenar, luego ella contestó una llamada, se puso nerviosa, usted sabe cómo son esas cosas, uno lo nota, luego regresó tan sonriente como siempre, ya usted sabe, fingiendo… Bermúdez miró al criminal, sintió repulsión por esa clase de móviles para cometer un crimen: los celos, la discusión, lanzarla por la ventana. Y entonces, dijo Bermúdez, ustedes discutieron, ella se puso terca, usted ejerció la violencia y ella en el furor, le dijo sarcástica, lánzame por la ventana, quizá ella le lanzó un insulto, un segundo después, ella se desnucaba contra el pavimento. Usted parece saberlo todo, ironizó el hombre. ¿Me equivoco? El asesino ya no contestó.
Bermúdez subió al departamento. La cena estaba intacta en el comedor. El lugar de ella, el lugar de él, el filete mordisqueado. El celular de él en el librero con la última llamada emitida. El celular de ella en la mesita de la sala con la última llamada recibida. El gato muerto debajo de la mesa del comedor. Entonces lo supo todo. Bajó las escaleras rápidamente.
Tal vez usted la empujó, dijo al asesino, pero o usted miente, o ella le mintió todo el tiempo. ¿Quién es capaz de decir la verdad?, contestó el inculpado. Bermúdez prosiguió. Ella estaba a dieta, por eso sólo comía ensalada, a usted le sirvió un buen trozo de filete que hizo bien en no probar, o de lo contrario no estaría aquí platicando conmigo, sino platicando con ella en el infierno, su gato lo probó y ahora está muerto bajo el comedor; ella no recibió ninguna llamada, marcó desde el celular de usted y fingió una conversación: el registro de llamadas sólo marca unos segundos, estaba hablando con el teléfono apagado; se había puesto lencería negra quizá para que, en caso de que usted decidiera matarla, la encontráramos bella hasta el final; entonces solamente lo probó, quería ver si usted era capaz de matarla, y al final qué es un empujón, ¿no?
El asesino alzó la vista y enfocó el rostro de Bermúdez, moreno, un poco abotagado. Al final qué es sólo un empujón, repitió el asesino mecánicamente, luego miró hacia la ventana de donde ella cayó. La historia es en realidad un poco distinta, dijo finalmente. Estábamos bien, eso pensé, pero siempre fantaseó con la muerte, me había hecho de cenar, pero su gata se adelantó y, mientras ella en la habitación se ponía su lencería, vi a la gata tambalearse, caer de la mesa y morir, y, con claridad homicida, recordé un cuento que escribí hace tiempo, en el que un detective de apellido Bermúdez llegaba a la escena del crimen, y miraba el cuerpo de una hermosa joven en lencería que había caído desde un quinto piso, todo cuadraba, supe que intentaba matarme y que yo debía empujarla para que este relato pudiera existir.