No es que su vida fuera especialmente interesante, pero era la única de la que podía disertar por horas, entre otras razones porque le había tocado vivirla. De hecho, miraba las vidas ajenas con escepticismo. Si un amigo le contaba de sus muchas aventuras con mujeres, lo dudaba igual que si le dijera que fue abducido por una nave en forma de plato. Si una mujer le contaba sus despechos amorosos, dudaba también, dudaba de ella y no evadía el juicio moral: sin duda los merecía. Las vidas ajenas, para él, eran ficciones ajenas. Mi autobiografía, decía a veces, es algo más serio.
Iba descartando las vidas ajenas porque, como no las había vivido, no podía comprenderlas, y aún la suya no podía decirse que la hubiera vivido hasta que no fuera capaz de procesarla por medio de una narrativa que le diera coherencia. Pero esto le podía tomar años, y había nudos de su propia historia que no lograba aún desentrañar, a los que volvía una y otra vez como un fantasma, a mirarlos desde nuevos lados. En estos exámenes se entretenía y se daba cuenta de la pobre persona que era, y sabía que al escribir de ello, su pobreza se duplicaba, porque daba la impresión de que se jactaba de sus errores, o peor aún, de que lavaba sus culpas al reconocerlos. Todos los humanos nos equivocamos, pero el que no lo reconoce al menos puede huir con el beneficio de la duda; el que los admite es como si se refocilara en ellos, cerdo. Pero estas eran sólo una de sus cuitas y, como se circunscribían únicamente a él, podríamos calificarlas de hipotéticas.
El problema es que no ha vivido solo, por más que en él prevalezca una tendencia al aislamiento, y a su lado aparecen su familia, sus amigos, sus exparejas, sus compañeros de escuela, de trabajo, sus vecinos. Y una cosa es reconocer o darse el lujo de negar las fallas propias, y otra muy distinta, que llegue un escritor autobiográfico a embarrarte los errores que cometió. Aunque es peor si lo hace con los tuyos. Porque de sus yerros puedes desligarte como la víctima que por un tiempo, en lo que reaccionabas, tuvo que sobrellevar las estupideces ajenas, pero que señale tus equivocaciones y las exponga sin tu consentimiento, es decir, que te exponga, que te muestre abierto en canal para juicio de quien tenga la paciencia de leer, eso sí no se tolera.
Pero esos sólo son los casos directos, que se zanjan con el rechazo más o menos franco al escritor autobiográfico, colgarle el teléfono, darle la espalda, no invitarlo a las reuniones familiares, ese tipo de cosas. Otros son casos más delicados, un mero matiz en las apreciaciones, en los que la persona aludida en algún relato se percata del valor que el autor le dio, entonces él era mejor amigo que yo para ti, a ella fue a la quisiste más y yo qué soy, o más sutilmente, para mí ese día fue tan especial y ahora veo que para ti sólo fue un mero trámite, o sea que mientras conmigo estabas en esto, estabas con aquella en esto otro, o acusarlo directa, enfurecidamente, de mentiroso, eso no fue así como lo escribes, yo no te hice eso, en todo caso tú… y así por el estilo. Porque la verdad es apenas un género de la ficción, y la honestidad un caso de la retórica.
¡Si fuera tan sencillo como eso…! El hecho de narrar exige adoptar un tono preciso ante el evento a relatar. Y no hay anécdota sin implicaciones. Una escena antidramática puede ser reflejo de una pesadilla interior, o modificando la perspectiva del narrador, un momento trágico puede resultar ridículo, puede elevarse a épica el personaje grotesco, puede convertirse en víctima a quien en verdad fue héroe y en general puede la ironía aposentarse en las solemnidades más profundas y socavarlas, y poco a poco derrumbarlas porque a final de cuentas todas son narrativas, sólo que unas están mejor contadas que otras.
Por eso, de unos meses a la fecha, aislado ya de un mundo que lo detesta, ha decidido escribir ficción, y procura situarla lo más lejos posible a la vida de cualquier ser humano habido y por haber en su vida. Pero aún así, ya no se escapa: yo sé quién es esta roca que le habla de este modo a este pescado, ¿un bagre, no? Y los bagres tienen bigotes, ya no te hagas, ¿por qué no mejor no me lo dices en mi cara, imbécil?